27/1/09

Nada que no tenga que ver con la necesidad de hacer el aporte que cada uno debe realizar del lugar que se encuentre como parte de ésta sociedad, ha motivado en mi la presentación de éste libro, vivimos tiempos difíciles en lo que hace a la seguridad en nuestro país, los crecientes índices del delito cargados de violencia, preocupan a todos por igual, sin distinción de clases. Gobernantes, fuerzas de seguridad y también quienes formamos parte de ésta sociedad en mayor o menor medida somos responsables, tanto de lo que nos está pasando, como de encontrar el camino que nos conduzca a recuperar la paz y la tranquilidad. No son tiempos ni momentos para practicar uno de nuestros deportes favoritos, que es el de responsabilizar a otros de todo lo malo que nos pasa, debemos exigir al estado que cumpla con el rol que le corresponde, pero esa exigencia debe ir acompañada de una voluntad participativa. La práctica del individualismo feroz y perdida de valores son parte importante de las causantes de éste oscuro presente. La Prevención Comunitaria con la participación de todos y recuperación de valores son las armas que les ofrezco a través de éste trabajo para enfrentar y DERROTAR LA INSEGURIDAD y así encontrar la luz que nos ilumine la salida.



EN UNA DE SUS PARTES PRINCIPALES EL LIBRO TRATA EL TEMA TITULADO "DERROTAR LA POBREZA PARA CONQUISTAR LA PAZ" A CONTINUACION PARTE DE DICHO CONTENIDO:

"Hasta no hace muchos años, creía que si debiera existir un orden para reconstruir nuestra sociedad el mismo debía estar encabezado por la educación, ya que si no hay educación, no hay respeto, si no hay respeto, no hay mejor país posible, hasta que llegó a mis manos la historia de uno de los tantos llamados curas gauchos, mote impuesto por los pobres a estos religiosos que se ocupan de ellos desinteresadamente, estos sacerdotes centran prácticamente toda su actividad pastoral en atender y tratar de resolver sus necesidades, gracias a dios existieron y existen en buena cantidad, éste llevaba a cabo su actividad pastoral en Comodoro Rivadavia allá en el sur. Contaba que en una oportunidad que se encontraba ante un grupo de niños muy humildes trasmitiéndole un mensaje bíblico, previo a servirles el almuerzo, se le adelantó un pequeño de no más de 7 años de edad, él que le interrumpió manifestándole a viva vos “Che cura!!..¿Cuando comemos? En ese momento y a través de esa experiencia, dice éste sacerdote, que entendió que de nada sirve hablarles de religión, cultura, educación, a una persona con hambre y en especial si se trata de niños, la primera y más importante necesidad que tienen es acallar el hambre, luego el frío y todo lo que tiene que ver con sus presentes cargados de miseria. Ésta historia me hizo cambiar mi postura en lo que hace a las prioridades o el orden que se debe dar al momento de atacar la crisis, primero trabajar en rescatar a todos estos hermanos de la miseria para luego reintegrarlos a la sociedad a través de los distintos programas sociales, sí lo logramos habremos dado un paso gigantesco en la lucha contra la violencia y el delito ya que la pobreza con exclusión es una fuente creadora de múltiples problemas, solo basta observar de donde provienen la mayoría de los menores que son judicializados con delitos cargados de violencia para darnos cuenta hacia donde debemos mirar no únicamente pero si con mayor atención.- A continuación quiero destacar algunas afirmaciones sobre éste tema del destacado especialista en criminología, Dr. Elías Neumann, en una conferencia brindada en la Pcia. De Santa Fe. “Empecemos diciendo que la principal violencia que se sufre en nuestro país y otros países latinoamericanos, es el hambre. Hablamos de la inseguridad, pero omitimos hablar del hambre” remarcó, al tiempo que advirtió que “se nos ha hecho creer que existe una sinonimia absoluta entre delito callejero y urbano y violencia. Cada vez que se habla de violencia se omiten la violencia del hambre y el hecho concreto de otras violencias”.

En ese sentido, expresó que debemos pensar “que mirar esa violencia es mirar hacia abajo, pero no miramos hacia arriba para conocer de las violencias de la corrupción y el soborno, de los delitos económicos, de los fraudes administrativos, de esa violencia que ocurre entre las alfombras rojas, violencias que dejan a miles de personas sin trabajo, violencias que llevan al hambre…”

El criminólogo agregó que existen otras violencias que pertenecen a los delitos de polución de las tierras, atmósferas y aguas, la falsificación de medicamentos y alimentos, los delitos de instigación al odio racial, religioso y sexual, los delitos tecnotrónicos, cuyos autores “no llegan a la cárcel” lamentó.

Luego se preguntó si estas personas podrían ser readaptadas socialmente y más aún “los de abajo”. “Readaptar quiere decir que alguna vez estuvieron adaptados, adaptados a qué me pregunto, con un mundo que los arrojó a la delincuencia, al que deben volver cuando salgan de la cárcel” reflexionó.

“Y me pregunto –insistió- ¿socialmente?, sí, socialmente los de abajo, los delincuentes fracasados, los que pueblan las cárceles, los otros parece que fueran superhéroes del delito”.

Neumann comentó una anécdota acerca de un cartel que se lee en los reclusorios mexicanos, escrito por un viejo preso: “En este lugar maldito, donde reina la tristeza, no se condena al delito, se condena la pobreza”.

“De modo que tenemos que ubicarnos en esta nueva situación y saber de otra temática que también es nueva en la historia –alertó-: la presencia de los excluidos sociales”. El Dr. Neumann afirmó que los excluidos sociales están por debajo de la esclavitud. “En toda la historia, cuando hablamos de esclavos, hablamos de personas que tienen trabajo. El esclavo tiene proyecto: su libertad. El excluido social no tiene trabajo, no tiene proyecto, cada vez cree menos en la vuelta a esa dignidad que le daba el trabajo”.

“Con énfasis –añadió- debemos afirmar que cuando hablamos de excluidos sociales debemos pensarlos como seres humanos que todos los días despiertan y no saben si ese día van a comer. Tampoco tienen medios para llevar comida a sus casas. Y me pregunto y les pregunto: ¿se trata de seres libres?”.

A partir de ese interrogante aseguró que el deber del hombre de derecho “es tratar de advertir que cientos de miles de personas que son los instituyentes del Estado no conocen los derechos humanos”.

“Los derechos humanos deben ser el norte –alentó-, nos hablan del hombre por su sola virtualidad de ser. Sin embargo, para estas personas que menciono, los derechos humanos son metafísicos”.Neumann -de reconocida trayectoria académica en América Latina- explicó que la historia del derecho penal enseña que no es con penas severas como se pueden limitar los efectos de las realidades sociales. “Penas severas en un país como este que viene de una dictadura militar cruenta, es la pena de muerte: no está legislada y es extrajudicial”. Más adelante puso reparos sobre la creación de una doctrina de la seguridad publica para dar lugar a un estado penal, “autoritario de la democracia”, que busque reprimir “al delito y a los pobres”. Para Neumann, “ese es el meollo del control social actual”.

Un estado penal precisó, “sobre determinadas personas”, muchas de las cuales están desesperadas, proclives a la “delincuencia de la miserabilidad”. Neumann aclaró que pobreza y delincuencia no son sinónimos, pero dijo que “la desesperación conduce a los atajos del delito y las adicciones”.Finalmente, tras comentar una anécdota sobre un manual del Banco Mundial sobre Sida, que detallaba con precisión la conformación de los cócteles de drogas para los enfermos de HIV pero con los precios de cada uno debidamente aclarados, concluyó: “El sentido ético de la vida humana y la dignidad, principales derechos humanos, ha sido cambiado por un problema de costo-beneficio”.

Hay distintos profesionales y analistas que manifiestan que revertir la situación en lo que hace a la calidad de vida de los excluidos hoy socialmente va a demorar alrededor de 30 años. No obstante, teniendo estas cifras a la vista no es una provocación preguntarse si alguien cree, honestamente, que los pobres de hoy o, mejor, los hijos de los hijos de los pobres de hoy esperarán hasta el año 2040 para alcanzar un nivel de vida por encima de la pobreza extrema. ¿Todos o la mayoría se quedarán cruzados de brazos a que la economía crezca a los ritmos convenientes para salir de pobres? ¿O tratarán de hacerse justicia por su propia mano, como ya buena parte lo viene haciendo y ha ocurrido en otros momentos de la historia? Tengo la impresión de que a los estudios de los expertos -que apenas rozan las causas estructurales de la pobreza- los desborda la dimensión, así como la naturaleza del problema planteado: siempre se quedan cortos en las posibles soluciones o acaban ofreciéndonos una visión idílica del futuro, pues olvidan una circunstancia que nadie debería descuidar: la propia dinámica de la sociedad de la pobreza que tiende a convertirse en un sujeto políticamente activo, gracias entre otras causas a las repercusiones que tiene sobre ella la sociedad globalizada. La dificultad para entender esa dinámica tampoco es casual, si tomamos en cuenta que en las últimas décadas se han desterrado de la política los vestigios de toda ideología sustentada en una propuesta social positiva y/o efectiva. Sin embargo, hay una grave equivocación en los discursos autocomplacientes que dan por muertos los impulsos de redención de las masas pauperizadas. La historia está llena de previsiones erróneas, de creencias amables y confusiones atroces que se tejen para producir resultados que nadie quería.

Se olvida que el igualitarismo de los pobres visto como un riesgo para el resto de la sociedad aparece como una utopía natural allí donde la desigualdad moderna está acompañada de la polarización más amplia y ofensiva que pueda imaginarse. Contra los horrores cometidos en nombre de la igualdad social no son suficientes los exorcismos ideológicos, por cuanto subsisten agravadas y reelaboradas -si cabe la palabra- en el presente las causas más generales que lo hicieron posible en el pasado y pueden volverlo deseable hoy a los ojos de millones de parias sociales.

El estrepitoso fracaso de los distintos gobiernos al momento de tratar de superar el crecimiento constante de la pobreza en el siglo pasado nos deja el desafío para este nuevo milenio de lograr que la equidad entre los hombres sea el fruto final del desarrollo social en libertad.

El discurso catastrofista que sólo ve en la pobreza violencia potencial, como si este binomio estuviera atado a una relación directa de causa-efecto, seguramente carece de un piso firme, pero en una época de grandes cambios en todos los órdenes de la vida humana, cuando nada -ni las ideas ni los bienes materiales- quedan en pie por mucho tiempo y las sociedades son sometidas a fuerzas centrífugas imprevisibles, la permanencia o, mejor dicho, la reproducción de la pobreza, que en el pasado pudo ser la condición de estabilidad pasiva, es el más poderoso elemento de inseguridad e incertidumbre capaz de minar las bases de la convivencia democrática. Y esa es, justamente, la fuente más segura de la violencia política cualesquiera que sean sus fines declarados.

Más de uno pensará, sin embargo, que el futuro más deseable es el que hoy prefigura el dualismo, pero llevado hasta el infinito, procurando, si acaso, cierta humanización de la pobreza, que seguirá siendo una variable más de la economía que la sociedad debe aprender a controlar para convivir con ella. Pero esa ilusión pesimista, tan vieja como la civilización, se sustenta en la antigua creencia de que las raíces de la desigualdad son, finalmente, sagradas e inmutables.

No es posible ignorar que en nuestras individualistas sociedades modernas, el individuo pobre se considera un "perdedor", carente de todo futuro o dignidad, aunque en la tradición católica la pobreza inspire respeto, veneración, como sustento de la caridad. Bien ha dicho Groethuysen que la limosna es el impuesto espiritual que los ricos deben pagar para entrar al cielo, sin cambiar el orden divino de las cosas, es decir, sin dejar de ser cada uno lo que es. Pero, ¿cuál es el lugar del individuo pobre en una sociedad moderna que decreta la igualdad de los ciudadanos ante la ley?

Un compromiso semejante ya no cabe en el mundo secularizado de hoy, que admite positivamente la imposibilidad absoluta de erigir una sociedad próspera y democrática mientras persistan la pobreza y la miseria de millones de seres humanos, por más que algunos expertos la consideren como el mal necesario que acompaña fatalmente el quehacer humano sin más remedio que los paliativos, dejando que el tiempo y el mercado hagan su trabajo nivelador, como dicen que ocurrió en la historia con las sociedades más avanzadas.

Pero eso no es viable en una sociedad democrática moderna. La pobreza se convierte en algo puramente negativo que trasciende a la ética y la religiosidad, pues representa un cuestionamiento constante sobre la viabilidad de la nación que, por serlo, requiere de respuestas de la sociedad en su conjunto: no sólo del Estado o de los grupos civiles, o de las organizaciones comunitarias de los pobres sino de todos los ciudadanos sin excepción.

Es la hora de ponernos en marcha, de practicar “el entre todos, esto es posible a través de la creación de las Comunidades Preventivas por que la situación de miseria en la que viven grupos enteros de argentinos es, o más bien debiera ser, un asunto de interés nacional al que nadie puede evadir conscientemente. Pero hoy no es así, por desgracia. Hemos llegado a un punto en el cual requerimos responder otra vez a la pregunta inicial de si es posible o no erradicar la pobreza, sin comprometer la libertad o la riqueza que ya está creada, como temen algunos.

Si los recursos disponibles son escasos, y su uso tiene límites insorteables marcados objetivamente por distintas restricciones, el tratamiento técnico que es indispensable bajo cualquier hipótesis metodológica debiera estar precedido racionalmente por una cuestión previa: ¿qué clase de esfuerzo está dispuesta a realizar para disminuir la pobreza o, dicho de otra manera, a qué sacrificios debe someterse la sociedad y qué pacto, acuerdo o compromiso nacional es necesario a fin de superar las contingencias de la cotidianidad política en este grave asunto?

En tanto sabemos la respuesta, una cosa es segura: no tendremos éxito en este y otros capítulos del desarrollo mientras no se considere la conveniencia de aplicar severas medidas que, efectivamente, redistribuyan el ingreso y sirvan para darle empleo productivo a varios millones de pobres marginales.

Lamentablemente estas preguntas que podrían ser el fundamento de una estrategia de recomposición nacional, merecen pocos espacios en el juego político que ha terminado por neutralizar, por inocuas, las alusiones rituales a la pobreza.

Estoy convencido que a través del programa Comunidades Preventivas, con ingenio, creatividad y voluntad política, se podrán encontrar soluciones no convencionales para comenzar a revertir la situación. Lo otro es esperar que, mas temprano que tarde, aparezca algún Marcola por estas tierras. Marcola, para quien no lo recuerde, es el seudónimo de Marcos Camacho, el jefe de la banda carcelaria del Primer Comando de la Capital (PCC) de San Pablo, Brasil, cuyos seguidores en mayo de 2006 se lanzaron a las calles, enfrentando a la policía y el ejército, con el saldo de casi un centenar de muertos. Por varios días el PCC transformó a la ciudad Brasileña en un campo de batalla.

Marcola dijo en un reportaje publicado por el diario O Globo: “No hay mas proletarios, o infelices, o explotados. Hay una tercera cosa creciendo allí afuera, cultivada en el barro, educándose en el más absoluto analfabetismo, diplomándose en las cárceles, como un monstruo “Alíen” escondido en los rincones de la ciudad.-

El Papa invita a combatir la pobreza inmoral a través de la pobreza evangélica. Distingue entre la pobreza “elegida por Dios” y la pobreza “que Dios no quiere”

El jueves 1 de enero de 2009 .- El Papa exhortó al mundo a combatir la pobreza “que ofende a la dignidad del hombre” a través de la sobriedad y la solidaridad, fruto de la pobreza evangélica que Jesús eligió al hacerse hombre, hoy durante la Misa la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios y Jornada Mundial de la Paz.

El Papa dedicó su intervención, en presencia del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, como es tradición en esta Jornada, a recordar su Mensaje con motivo de la Jornada Mundial de la Paz de este año, “Combatir la pobreza, construir la paz”.

En la homilía, explicó que existe una distinción entre una pobreza evangélica y una pobreza “que Dios no quiere”, e invitó a todos a combatir la segunda a través de la primera: “ Por una parte, la pobreza elegida y propuesta por Jesús, por otra la pobreza que hay que combatir para hacer al mundo más justo y solidario”.

Respecto a la primera, el Papa explicó que Jesús al hacerse hombre quiso ser también pobre: “El nacimiento de Jesús en Belén nos revela que Dios eligió la pobreza para sí mismo en su venida en medio de nosotros. El amor por nosotros ha empujado a Jesús no sólo a hacerse hombre, sino a hacerse pobre”, añadió.

Sin embargo, existe “una pobreza, una indigencia, que Dios no quiere y que hay que combatir”, afirmó; “una pobreza que impide a las personas y a las familias vivir según su dignidad; una pobreza que ofende a la justicia y a la igualdad y que, como tal, amenaza la convivencia pacífica”.

Esta pobreza, centro del mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de este año, no sólo es material, dijo, sino que “entran también las formas de pobreza no material que se encuentran incluso en las sociedades ricas o desarrolladas: marginación, miseria relacional, moral y espiritual”.

Esta pobreza a gran escala, que se refleja en “plagas difundidas como las enfermedades pandémicas, la pobreza de los niños y la crisis alimentaria”, y que el Papa relacionó con el fenómeno de la globalización, requiere que las naciones “mantengan alto el nivel de la solidaridad”.

Particularmente el Papa denunció la carrera armamentística que se está llevando a cabo en los últimos años, que definió como “inaceptable” y “contraria a los Derechos Humanos”.

Ante esta situación, afirma que la actual crisis económica supone “un banco de pruebas: ¿Estamos preparados para leerla, en su complejidad, como desafío para el futuro y no sólo como una emergencia a la que dar respuestas a corto plazo? ¿Estamos dispuestos a hacer juntos una revisión profunda del modelo de desarrollo dominante, para corregirlo de forma concertada y a largo plazo?”

“Lo exigen, en realidad, más aún que las dificultades financieras inmediatas, el estado de salud ecológica del planeta y, sobre todo, la crisis cultural y moral, cuyos síntomas son evidentes desde hace tiempo en todo el mundo”, añadió.

El Papa invitó a establecer un “círculo virtuoso” entre la pobreza “que elegir” y la pobreza “que combatir”: “para combatir la pobreza inicua, que oprime a tantos hombres y mujeres y amenaza la paz de todos, es necesario redescubrir la sobriedad y la solidaridad, como valores evangélicos y al mismo tiempo universales”, explicó.

“No se puede combatir eficazmente la miseria, si no se intenta 'hacer igualdad', reduciendo el desnivel entre quien derrocha lo superfluo y quien no tiene siquiera lo necesario”, afirmó.

Esta pobreza evangélica, que como voto está reservado sólo a algunos, recuerda a todos “la exigencia de no apegarse a los bienes materiales y el primado de las riquezas del espíritu”, explicó el pontífice.

“La pobreza del nacimiento de Cristo en Belén, además de objeto de adoración para los cristianos, es también escuela de vida para cada hombre. Ésta nos enseña que para combatir la miseria, tanto material como espiritual, el camino que recorrer es el de la solidaridad, que ha empujado a Jesús a compartir nuestra condición humana”, concluyó.

Por último, el Papa explicó que el mundo nuevo traído por Cristo consiste en “una revolución pacífica”, “no ideológica, sino espiritual, no utópica sino real, y por esto necesitada de infinita paciencia, de tiempos quizás larguísimos, evitando toda ruptura y recorriendo el camino más difícil: la vía de la maduración de la responsabilidad en las conciencias”.

“Esta es la vía evangélica a la paz, el camino que también el Obispo de Roma está llamado a recorrer con constancia cada vez que prepara el anual Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz”, añadió.

NO SE SI PODREMOS CAMBIAR EL DESTINO DE MILLONES DE ARGENTINOS QUE VIVEN MARGINADOS, EXCLUIDOS DE TODOS LOS SISTEMAS, LO QUE SI SÉ ES QUE NO DEBEMOS DEJAR DE INTENTARLO Y QUE EN EL PROGRAMA COMUNIDADES PREVENTIVAS, PODEMOS ENCONTRAR LAS FORMAS DE CÓMO HACERLO.-

21/1/09

EN UNA DE SUS PARTES EL LIBRO DERROTAR LA INSEGURIDAD TRATA EL TEMA "VIVIR CON VALORES"

"En las últimas décadas nos estamos enfrentando a una crisis de valores que ha deteriorado las relaciones humanas y el comportamiento ético debido a la notoria subversión de valores que se observa en el diario comportamiento social del individuo. Se han instalado en nuestro medio como un común denominador, conductas antisociales, insolidarias, deshumanizadas. Pasiones como el egoísmo, odio, resentimiento, violencia y actitudes de indiferencia ante el sufrimiento del prójimo y la injusticia las que deben ser revertidas con la mayor urgencia posible. Es necesario recomponer el tejido social para reconstruir una sociedad saludable, a partir de la recuperación individual, accionando los valores humanos que se encuentran dormidos en su conciencia, pero que están en su naturaleza humana. Es verdad que la mejor enseñanza es con el ejemplo, pero también debemos ser concientes de que ello solo resulta insuficiente. En consecuencia debemos incorporar la enseñanza y transmisión de los valores humanos tales como la verdad, paz, rectitud, no violencia y si respeto y amor, a través de la palabra afectuosa y del gesto solidario. Ello puede lograrse, en la tarea de enseñanza de padres a hijos, de los educadores a los educando, de cada ciudadano en su conducta pública y en su entorno, del gobernante frente al gobernado etc. Toda actividad y todo momento puede servir y ser útil para transmitir un mensaje valorizador y potenciador de los valores humanos. Como dice un sabio filosofo: “los valores humanos están contenidos en cada célula del cuerpo humano, si no, no podrían ser humanos”. Solo resta rescatarlos y accionarlos ese es el mayor desafío de este momento.- Es una necesidad para este siglo XXI incorporar en los programas de educación el tratamiento de los valores. Un informe a la UNESCO de la comisión Internacional sobre la educación para el siglo XXI, con el titulo “La educación encierra un tesoro” ha sido objeto de publicación en varias lenguas y lugares del mundo, afirma que la educación, a lo largo de la vida, se afirma en cuatro pilares, aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser. Evidentemente nuestra propuesta encaja especialmente en el cuarto pilar, pero precisa de los otros tres para entenderse completamente. No es posible abordar un programa de educación en valores éticos solo a través de la preocupación del desarrollo singular de la personalidad y de las capacidades de autonomía, juicio y responsabilidad. Es necesario integrar tales objetivos y preocupaciones en un marco mas amplio, el de la formación de personas capaces de comprender al otro, de respetar el pluralismo, la comprensión mutua y la paz, y, además, formadas en niveles de excelencia en el conocer y el hacer. Hemos de ser capaces de deshacer el modelo social basado en la categorización dicotomía de personas “buenas” y personas “hábiles”. Hemos de conseguir que los mas hábiles en el conocer y en el hacer lo sean también en el vivir juntos y en ser personas, y que los mas capaces en el desarrollo de la comprensión del otro, en el respeto al pluralismo, la comprensión y en el ejercicio de la responsabilidad, sean hábiles en el conocer y en el hacer. Estamos en un mundo de confusión e incertidumbre que hace más necesario que nunca proponer, que las personas debemos procurar no solo ser autores, sino dueños de nuestro propio destino. Ahora bien, el plantearse como objetivo la educación en valores supone un cambio sustancial en la función del profesorado y un cambio en la forma de abordar los problemas en el aula, también es justo decir que este cambio no debe ser para todos ya que desde hace años, muchos profesores y profesoras en sus aulas, con frecuencia de manera anónima y a menudo con el excelente pero nada publico reconocimiento de sus alumnos, han practicado y practican, quizás sin saberlo en ocasiones, un estilo docente pedagógico conforme con los objetivos que aquí se proponen. De más esta decir que este trabajo en las escuelas debe ser como en todo lo que tiene que ver con la formación como persona de los niños un complemento de lo que deben recibir de sus padres esto se debe tratar y reafirmar a través de los encuentros que deben mantener organizaciones de padres y madres de familia, del profesorado y representantes del estado todos juntos, generando así un clima moral estimulante y coherente con el programa a desarrollar. Voy a recurrir a la ayuda del escritor Sergio Sinay y uno de sus libros para tratar de ser más amplio y contar con mayores elementos a la hora de dar mi visión sobre Los Valores. Este es un libro escrito bajo el influjo de la bronca, y también y sobre todo de la esperanza. Desde la comunicación de los medios de cada mañana hasta que termina cada día, se suceden las noticias, las escenas callejeras, las charlas en las que intervengo o las conversaciones que escucho es que me recuerdan que habito un mundo y una época en los cuales la intolerancia, el fundamentalismo, el materialismo extremo, el egoísmo, la indeferencia,, la violencia, la pobreza del lenguaje, la manipulación de conciencias, de públicos y de información, el no reconocimiento del otro, la depredación ambiental, y la crueldad son valores hegemónicos y referenciales. Por eso la indignación, por la impunidad que rodea, y protege a los actos públicos y privados de individuos, de organizaciones y de naciones que se orientan por aquellos “valores” y los proclaman de un modo obsceno. Mi escepticismo nace al observar la desidia, la negligencia y el facilismo con que los seres humanos se dejan seducir por las supuestas ventajas de esos “valores” y por su persistencia en reproducirlos. Y finalmente la esperanza. Porque muchas de mis vivencias personales e individuales, muchas de mis rutinas cotidianas en el mundo que habito, y de mis experiencias de trabajo, me permiten también ver aquí y allá, a veces de modo imperceptible, pero cierto y constante, destellos en la oscuridad, actitudes alentadoras, seres que, con sus conductas, con el ejercicio de su responsabilidad, con su amor, señalan y nos orientan hacia otros modos posibles de vincularnos con nosotros mismos. “No podemos enseñar valores, debemos vivir valores. No podemos dar un sentido a la vida de los demás. Lo que podemos brindarle en su camino por la vida, es mas bien y únicamente, un ejemplo, el ejemplo de lo que somos”. Victor Frankl uno de los mas luminosos pensadores del siglo XX, afirmaba esto al hablar de la voluntad. El llamaba voluntad de sentido a una forma de percepción que impregna a cada ser humano y que cuando se hace conciente, le permite encontrar un propósito para cumplir más allá de si mismo, en el encuentro con otro. Ese propósito justifica y da significado a la existencia. Cada individuo, decía, debe encontrar el sentido de su vida porque solamente sobrevivir no es, ni puede ser, el máximo valor. Vivimos en una época y en una sociedad en las que, cada vez mas, y en muchos aspectos, “solamente sobrevivir” parece haberse convertido en el único valor considerable, en el propósito que orienta la existencia de millones de personas. Y no solo sobrevivir en términos económicos. Vivir en la pobreza, marginado de los circuitos de trabajo, del consumo, de las interacciones sociales no es hoy y aquí, el único requisito para ser sobreviviente o para tener como horizonte excluyente a la supervivencia. Hay ladrones, asesinos y corruptos que completaron su educación o que provienen de capas económicas, sociales y culturas medias o altas. Desde el punto de vista económico no los guía la desesperación por sobrevivir. La relación muchas veces simplistas y facilista que se establece entre pobreza u origen social, violencia y delincuencia, tiene un tufillo discriminatorio y opera como tranquilizador de la conciencia para quienes optan por no manchar sus zapatos en los barriales del mundo real. Lo cierto es que no todos los pobres o marginados, matan roban o delinquen (proporcionalmente es una minoría de ellos la que lo hace) y lo cierto es también que un importante porcentaje de ladrones, violadores y asesinos no son pobres.- Júnior, un adolescente que, en 2004, en la ciudad de Carmen de Patagones, llego un día al colegio con una pistola entre sus ropas y asesino a balazos a varios de sus compañeros, además de herir a otros, había escrito en su pupitre algunos días antes de la tragedia, la siguiente frase; “Quien le encuentre sentido a la vida que lo escriba aquí, por favor”. Lo había tallado en la madera con una cortaplumas, para que no se borrara. La frase estaba allí antes de la masacre y solo fue vista después. Júnior sumergido en un poso oscuro, con su alma desgarrada, había gritado la pregunta que urge responder en un mundo que se hunde cada día en un pronunciado, inquietante y trágico vacío existencial. Después de ese drama, como luego de tantos episodios, de los cuales la sociedad hace su comidilla diaria, saltó a la palestra de la discusión publica la palabra “valores”. Políticos encendidos, educadores preocupados, padres súbitamente despabilados, opinadores de todo pelaje y origen, filósofos al paso, hombres y mujeres angustiados apelaron una y otra ves a viejas consignas previsibles, descubiertas de pronto como si acabaran de enunciar. “Hay que volver a los valores”. “Esto ocurre por que hemos perdido los valores”. “Hagamos un llamado a los valores”. “Urge recuperar los valores”. “La escuela debe volver a ser la proveedora de valores”. “Debemos volver hacer de la familia, un crisol de de valores”. “Nuestra sociedad ha extraviado sus valores tradicionales”. Y así hasta el infinito. Pocas veces los valores han de haber sido pronunciados con tanta soltura y liviandad como en nuestros días. Se habla de transmitir valores, de educar en valores, de recuperar valores, de vivir con ciertos valores, de establecer valores, de preguntarnos por nuestros valores y por los que les dejamos a nuestros hijos. Quizás cada uno de nosotros, células del organismo social que integramos, debiéramos preguntarnos, a la manera de Frankl, como estamos viviendo aquellos valores que declamamos, que proponemos y que ensalzamos. Vivir es un verbo y valor es un sustantivo. Mientras los valores solo se pronuncien siguen siendo sustantivos. Lucen bien en las frases, impresionan, generan efectos e ilusiones. Pero los valores no enriquecen y profundizan efectivamente nuestros vínculos y nuestra manera de sentir, percibir y actuar mientras no se convierten en acciones, en tanto solo son palabras decorativas. El gran desafío a nuestra conciencia de responsabilidad consiste en transformar a los valores en verbos. En un mundo donde solo basta una mentira mil veces repetida por un presidente genocida de un país poderoso para invadir y destruir otro país, en un mundo donde un candidato ya convertido en presidente, puede admitir que mintió para ganar porque si no, no lo hubieran votado, en un país donde las leyes solo se invocan para que las cumplan los otros, en un país donde los derechos se reclaman pronto y las obligaciones se olvidan rápido, en un mundo donde cualquiera puede creerse dueño de Dios y en consecuencia matar a los infieles, en un mundo donde no tener, es no ser, en un mundo donde consumir se percibe como sinónimo de vivir y se cree que la adrenalina es mas importante que la sangre y por lo tanto hay que generarla todo el tiempo y de cualquier modo ¿ de que hablamos al hablar de valores? ¿Que decimos, mas allá de palabras bellas o fuertes o asertivas, cuando proponemos valores? En Caligula, la impresionante obra teatral de Albert Camus, cuando el emperador decide apoderarse de las herencias de todos los ciudadanos de Roma previa ejecución sumaria y arbitraria de los mismos, lo justifica de una manera clara y brutal; “Si el dinero tiene importancia, la vida humana no la tiene. La vida no vale nada, ya que el dinero lo es todo”. Resulta estremecedor observar el paisaje cotidiano de nuestra sociedad y los modelos que cada ves más, prevalecen en las relaciones interpersonales, por que, sin distinción de clase, de nivel cultural o económico, pareciera que la idea de Caligula se impone con constancia, con prisa y sin pausa. Vuelvo a Frankl, el sostenía que era la conciencia el órgano que podría guiar al hombre en la búsqueda del sentido, que en ella reside la capacidad “de percibir totalidades de sentidos en situaciones concretas de la vida”. Para ello debe estar despierta. En estos tiempos sombríos es importante no seguir adormeciendo a la conciencia bajo torrentes de declamaciones. Esto no vale solo para los políticos, educadores, profesionales y funcionarios. También para cada uno, cada hombre, cada mujer, cada padre, cada madre, en su espacio más propio, íntimo y cotidiano. Si no trágicos gritos como los de Júnior (a esta altura seguramente olvidado, porque el espectáculo mediático de la vida contemporánea debe continuar) habrán sido amordazados, como tantos otros (acaso menos sangrientos) para que no interrumpan el festival del sinsentido y vacío en el que baila una sociedad que dos mil años después, podría volver a tener a Caligula como líder y mentor. Si de veras creemos que vamos a enseñar valores, empecemos por vivirlos. Si de veras creemos que se impone instalarlos en nuestra vida de cada día, en nuestros vínculos, en nuestro hacer y sentir en el mundo, comencemos por actuarlos. Hablar de valores mientras conduzco el auto y cruzo semáforos en rojo o excedo los limites de velocidad permitida, hablar de valores mientras evado mis impuestos, decirle a mi hijo que no debe mentir y pedirle que atienda el teléfono y diga que no estoy, declamar de la importancia que tiene la familia en mi vida mientras recorro la noche en busca de aventuras, afirmar la importancia de honrar los compromisos mientras no pago mis deudas y uso el dinero para darme algún gustito (o gustazo), manifestarme devoto del orden al tiempo que dejo la basura en cualquier lado, son solo algunas formas conocidas y cotidianas de congelar a los valores como sustantivos. La mayoría de nosotros puede engrosar esta lista con aportes propios y ajenos. Para transformar los valores en verbos, para que sea una acción constante y palpable y para que así se vivan y se transmitan, es imprescindible la conciencia de responsabilidad. Cada valor declarado y no vivido tiene una consecuencia. La responsabilidad es acaso el primero de los valores que no puede ser solo enunciado y que nada significa si no es vivido, si no es una experiencia constante, transformadora. Cuando nos hacemos cargo de nuestras acciones, cuando respondemos por ellas, ponemos en actos varios valores simultáneamente; la honestidad, la sinceridad, la confianza, la aceptación, la reparación, etc. Ningún valor va solo. La vivencia cierta y real de uno de ellos desencadena inevitable y afortunadamente, la activación de otros. Y una vida en la que los valores son verbos, es una vida en la que empieza a florecer y a plasmarse el sentido. La presencia activa de los valores hace de nuestro estar en el mundo, antes que una simple sobrevida, una existencia verdadera.