"En las últimas décadas nos estamos enfrentando a una crisis de valores que ha deteriorado las relaciones humanas y el comportamiento ético debido a la notoria subversión de valores que se observa en el diario comportamiento social del individuo. Se han instalado en nuestro medio como un común denominador, conductas antisociales, insolidarias, deshumanizadas. Pasiones como el egoísmo, odio, resentimiento, violencia y actitudes de indiferencia ante el sufrimiento del prójimo y la injusticia las que deben ser revertidas con la mayor urgencia posible. Es necesario recomponer el tejido social para reconstruir una sociedad saludable, a partir de la recuperación individual, accionando los valores humanos que se encuentran dormidos en su conciencia, pero que están en su naturaleza humana. Es verdad que la mejor enseñanza es con el ejemplo, pero también debemos ser concientes de que ello solo resulta insuficiente. En consecuencia debemos incorporar la enseñanza y transmisión de los valores humanos tales como la verdad, paz, rectitud, no violencia y si respeto y amor, a través de la palabra afectuosa y del gesto solidario. Ello puede lograrse, en la tarea de enseñanza de padres a hijos, de los educadores a los educando, de cada ciudadano en su conducta pública y en su entorno, del gobernante frente al gobernado etc. Toda actividad y todo momento puede servir y ser útil para transmitir un mensaje valorizador y potenciador de los valores humanos. Como dice un sabio filosofo: “los valores humanos están contenidos en cada célula del cuerpo humano, si no, no podrían ser humanos”. Solo resta rescatarlos y accionarlos ese es el mayor desafío de este momento.- Es una necesidad para este siglo XXI incorporar en los programas de educación el tratamiento de los valores. Un informe a la UNESCO de la comisión Internacional sobre la educación para el siglo XXI, con el titulo “La educación encierra un tesoro” ha sido objeto de publicación en varias lenguas y lugares del mundo, afirma que la educación, a lo largo de la vida, se afirma en cuatro pilares, aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser. Evidentemente nuestra propuesta encaja especialmente en el cuarto pilar, pero precisa de los otros tres para entenderse completamente. No es posible abordar un programa de educación en valores éticos solo a través de la preocupación del desarrollo singular de la personalidad y de las capacidades de autonomía, juicio y responsabilidad. Es necesario integrar tales objetivos y preocupaciones en un marco mas amplio, el de la formación de personas capaces de comprender al otro, de respetar el pluralismo, la comprensión mutua y la paz, y, además, formadas en niveles de excelencia en el conocer y el hacer. Hemos de ser capaces de deshacer el modelo social basado en la categorización dicotomía de personas “buenas” y personas “hábiles”. Hemos de conseguir que los mas hábiles en el conocer y en el hacer lo sean también en el vivir juntos y en ser personas, y que los mas capaces en el desarrollo de la comprensión del otro, en el respeto al pluralismo, la comprensión y en el ejercicio de la responsabilidad, sean hábiles en el conocer y en el hacer. Estamos en un mundo de confusión e incertidumbre que hace más necesario que nunca proponer, que las personas debemos procurar no solo ser autores, sino dueños de nuestro propio destino. Ahora bien, el plantearse como objetivo la educación en valores supone un cambio sustancial en la función del profesorado y un cambio en la forma de abordar los problemas en el aula, también es justo decir que este cambio no debe ser para todos ya que desde hace años, muchos profesores y profesoras en sus aulas, con frecuencia de manera anónima y a menudo con el excelente pero nada publico reconocimiento de sus alumnos, han practicado y practican, quizás sin saberlo en ocasiones, un estilo docente pedagógico conforme con los objetivos que aquí se proponen. De más esta decir que este trabajo en las escuelas debe ser como en todo lo que tiene que ver con la formación como persona de los niños un complemento de lo que deben recibir de sus padres esto se debe tratar y reafirmar a través de los encuentros que deben mantener organizaciones de padres y madres de familia, del profesorado y representantes del estado todos juntos, generando así un clima moral estimulante y coherente con el programa a desarrollar. Voy a recurrir a la ayuda del escritor Sergio Sinay y uno de sus libros para tratar de ser más amplio y contar con mayores elementos a la hora de dar mi visión sobre Los Valores. Este es un libro escrito bajo el influjo de la bronca, y también y sobre todo de la esperanza. Desde la comunicación de los medios de cada mañana hasta que termina cada día, se suceden las noticias, las escenas callejeras, las charlas en las que intervengo o las conversaciones que escucho es que me recuerdan que habito un mundo y una época en los cuales la intolerancia, el fundamentalismo, el materialismo extremo, el egoísmo, la indeferencia,, la violencia, la pobreza del lenguaje, la manipulación de conciencias, de públicos y de información, el no reconocimiento del otro, la depredación ambiental, y la crueldad son valores hegemónicos y referenciales. Por eso la indignación, por la impunidad que rodea, y protege a los actos públicos y privados de individuos, de organizaciones y de naciones que se orientan por aquellos “valores” y los proclaman de un modo obsceno. Mi escepticismo nace al observar la desidia, la negligencia y el facilismo con que los seres humanos se dejan seducir por las supuestas ventajas de esos “valores” y por su persistencia en reproducirlos. Y finalmente la esperanza. Porque muchas de mis vivencias personales e individuales, muchas de mis rutinas cotidianas en el mundo que habito, y de mis experiencias de trabajo, me permiten también ver aquí y allá, a veces de modo imperceptible, pero cierto y constante, destellos en la oscuridad, actitudes alentadoras, seres que, con sus conductas, con el ejercicio de su responsabilidad, con su amor, señalan y nos orientan hacia otros modos posibles de vincularnos con nosotros mismos. “No podemos enseñar valores, debemos vivir valores. No podemos dar un sentido a la vida de los demás. Lo que podemos brindarle en su camino por la vida, es mas bien y únicamente, un ejemplo, el ejemplo de lo que somos”. Victor Frankl uno de los mas luminosos pensadores del siglo XX, afirmaba esto al hablar de la voluntad. El llamaba voluntad de sentido a una forma de percepción que impregna a cada ser humano y que cuando se hace conciente, le permite encontrar un propósito para cumplir más allá de si mismo, en el encuentro con otro. Ese propósito justifica y da significado a la existencia. Cada individuo, decía, debe encontrar el sentido de su vida porque solamente sobrevivir no es, ni puede ser, el máximo valor. Vivimos en una época y en una sociedad en las que, cada vez mas, y en muchos aspectos, “solamente sobrevivir” parece haberse convertido en el único valor considerable, en el propósito que orienta la existencia de millones de personas. Y no solo sobrevivir en términos económicos. Vivir en la pobreza, marginado de los circuitos de trabajo, del consumo, de las interacciones sociales no es hoy y aquí, el único requisito para ser sobreviviente o para tener como horizonte excluyente a la supervivencia. Hay ladrones, asesinos y corruptos que completaron su educación o que provienen de capas económicas, sociales y culturas medias o altas. Desde el punto de vista económico no los guía la desesperación por sobrevivir. La relación muchas veces simplistas y facilista que se establece entre pobreza u origen social, violencia y delincuencia, tiene un tufillo discriminatorio y opera como tranquilizador de la conciencia para quienes optan por no manchar sus zapatos en los barriales del mundo real. Lo cierto es que no todos los pobres o marginados, matan roban o delinquen (proporcionalmente es una minoría de ellos la que lo hace) y lo cierto es también que un importante porcentaje de ladrones, violadores y asesinos no son pobres.- Júnior, un adolescente que, en 2004, en la ciudad de Carmen de Patagones, llego un día al colegio con una pistola entre sus ropas y asesino a balazos a varios de sus compañeros, además de herir a otros, había escrito en su pupitre algunos días antes de la tragedia, la siguiente frase; “Quien le encuentre sentido a la vida que lo escriba aquí, por favor”. Lo había tallado en la madera con una cortaplumas, para que no se borrara. La frase estaba allí antes de la masacre y solo fue vista después. Júnior sumergido en un poso oscuro, con su alma desgarrada, había gritado la pregunta que urge responder en un mundo que se hunde cada día en un pronunciado, inquietante y trágico vacío existencial. Después de ese drama, como luego de tantos episodios, de los cuales la sociedad hace su comidilla diaria, saltó a la palestra de la discusión publica la palabra “valores”. Políticos encendidos, educadores preocupados, padres súbitamente despabilados, opinadores de todo pelaje y origen, filósofos al paso, hombres y mujeres angustiados apelaron una y otra ves a viejas consignas previsibles, descubiertas de pronto como si acabaran de enunciar. “Hay que volver a los valores”. “Esto ocurre por que hemos perdido los valores”. “Hagamos un llamado a los valores”. “Urge recuperar los valores”. “La escuela debe volver a ser la proveedora de valores”. “Debemos volver hacer de la familia, un crisol de de valores”. “Nuestra sociedad ha extraviado sus valores tradicionales”. Y así hasta el infinito. Pocas veces los valores han de haber sido pronunciados con tanta soltura y liviandad como en nuestros días. Se habla de transmitir valores, de educar en valores, de recuperar valores, de vivir con ciertos valores, de establecer valores, de preguntarnos por nuestros valores y por los que les dejamos a nuestros hijos. Quizás cada uno de nosotros, células del organismo social que integramos, debiéramos preguntarnos, a la manera de Frankl, como estamos viviendo aquellos valores que declamamos, que proponemos y que ensalzamos. Vivir es un verbo y valor es un sustantivo. Mientras los valores solo se pronuncien siguen siendo sustantivos. Lucen bien en las frases, impresionan, generan efectos e ilusiones. Pero los valores no enriquecen y profundizan efectivamente nuestros vínculos y nuestra manera de sentir, percibir y actuar mientras no se convierten en acciones, en tanto solo son palabras decorativas. El gran desafío a nuestra conciencia de responsabilidad consiste en transformar a los valores en verbos. En un mundo donde solo basta una mentira mil veces repetida por un presidente genocida de un país poderoso para invadir y destruir otro país, en un mundo donde un candidato ya convertido en presidente, puede admitir que mintió para ganar porque si no, no lo hubieran votado, en un país donde las leyes solo se invocan para que las cumplan los otros, en un país donde los derechos se reclaman pronto y las obligaciones se olvidan rápido, en un mundo donde cualquiera puede creerse dueño de Dios y en consecuencia matar a los infieles, en un mundo donde no tener, es no ser, en un mundo donde consumir se percibe como sinónimo de vivir y se cree que la adrenalina es mas importante que la sangre y por lo tanto hay que generarla todo el tiempo y de cualquier modo ¿ de que hablamos al hablar de valores? ¿Que decimos, mas allá de palabras bellas o fuertes o asertivas, cuando proponemos valores? En Caligula, la impresionante obra teatral de Albert Camus, cuando el emperador decide apoderarse de las herencias de todos los ciudadanos de Roma previa ejecución sumaria y arbitraria de los mismos, lo justifica de una manera clara y brutal; “Si el dinero tiene importancia, la vida humana no la tiene. La vida no vale nada, ya que el dinero lo es todo”. Resulta estremecedor observar el paisaje cotidiano de nuestra sociedad y los modelos que cada ves más, prevalecen en las relaciones interpersonales, por que, sin distinción de clase, de nivel cultural o económico, pareciera que la idea de Caligula se impone con constancia, con prisa y sin pausa. Vuelvo a Frankl, el sostenía que era la conciencia el órgano que podría guiar al hombre en la búsqueda del sentido, que en ella reside la capacidad “de percibir totalidades de sentidos en situaciones concretas de la vida”. Para ello debe estar despierta. En estos tiempos sombríos es importante no seguir adormeciendo a la conciencia bajo torrentes de declamaciones. Esto no vale solo para los políticos, educadores, profesionales y funcionarios. También para cada uno, cada hombre, cada mujer, cada padre, cada madre, en su espacio más propio, íntimo y cotidiano. Si no trágicos gritos como los de Júnior (a esta altura seguramente olvidado, porque el espectáculo mediático de la vida contemporánea debe continuar) habrán sido amordazados, como tantos otros (acaso menos sangrientos) para que no interrumpan el festival del sinsentido y vacío en el que baila una sociedad que dos mil años después, podría volver a tener a Caligula como líder y mentor. Si de veras creemos que vamos a enseñar valores, empecemos por vivirlos. Si de veras creemos que se impone instalarlos en nuestra vida de cada día, en nuestros vínculos, en nuestro hacer y sentir en el mundo, comencemos por actuarlos. Hablar de valores mientras conduzco el auto y cruzo semáforos en rojo o excedo los limites de velocidad permitida, hablar de valores mientras evado mis impuestos, decirle a mi hijo que no debe mentir y pedirle que atienda el teléfono y diga que no estoy, declamar de la importancia que tiene la familia en mi vida mientras recorro la noche en busca de aventuras, afirmar la importancia de honrar los compromisos mientras no pago mis deudas y uso el dinero para darme algún gustito (o gustazo), manifestarme devoto del orden al tiempo que dejo la basura en cualquier lado, son solo algunas formas conocidas y cotidianas de congelar a los valores como sustantivos. La mayoría de nosotros puede engrosar esta lista con aportes propios y ajenos. Para transformar los valores en verbos, para que sea una acción constante y palpable y para que así se vivan y se transmitan, es imprescindible la conciencia de responsabilidad. Cada valor declarado y no vivido tiene una consecuencia. La responsabilidad es acaso el primero de los valores que no puede ser solo enunciado y que nada significa si no es vivido, si no es una experiencia constante, transformadora. Cuando nos hacemos cargo de nuestras acciones, cuando respondemos por ellas, ponemos en actos varios valores simultáneamente; la honestidad, la sinceridad, la confianza, la aceptación, la reparación, etc. Ningún valor va solo. La vivencia cierta y real de uno de ellos desencadena inevitable y afortunadamente, la activación de otros. Y una vida en la que los valores son verbos, es una vida en la que empieza a florecer y a plasmarse el sentido. La presencia activa de los valores hace de nuestro estar en el mundo, antes que una simple sobrevida, una existencia verdadera.
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