27/1/09

Nada que no tenga que ver con la necesidad de hacer el aporte que cada uno debe realizar del lugar que se encuentre como parte de ésta sociedad, ha motivado en mi la presentación de éste libro, vivimos tiempos difíciles en lo que hace a la seguridad en nuestro país, los crecientes índices del delito cargados de violencia, preocupan a todos por igual, sin distinción de clases. Gobernantes, fuerzas de seguridad y también quienes formamos parte de ésta sociedad en mayor o menor medida somos responsables, tanto de lo que nos está pasando, como de encontrar el camino que nos conduzca a recuperar la paz y la tranquilidad. No son tiempos ni momentos para practicar uno de nuestros deportes favoritos, que es el de responsabilizar a otros de todo lo malo que nos pasa, debemos exigir al estado que cumpla con el rol que le corresponde, pero esa exigencia debe ir acompañada de una voluntad participativa. La práctica del individualismo feroz y perdida de valores son parte importante de las causantes de éste oscuro presente. La Prevención Comunitaria con la participación de todos y recuperación de valores son las armas que les ofrezco a través de éste trabajo para enfrentar y DERROTAR LA INSEGURIDAD y así encontrar la luz que nos ilumine la salida.



EN UNA DE SUS PARTES PRINCIPALES EL LIBRO TRATA EL TEMA TITULADO "DERROTAR LA POBREZA PARA CONQUISTAR LA PAZ" A CONTINUACION PARTE DE DICHO CONTENIDO:

"Hasta no hace muchos años, creía que si debiera existir un orden para reconstruir nuestra sociedad el mismo debía estar encabezado por la educación, ya que si no hay educación, no hay respeto, si no hay respeto, no hay mejor país posible, hasta que llegó a mis manos la historia de uno de los tantos llamados curas gauchos, mote impuesto por los pobres a estos religiosos que se ocupan de ellos desinteresadamente, estos sacerdotes centran prácticamente toda su actividad pastoral en atender y tratar de resolver sus necesidades, gracias a dios existieron y existen en buena cantidad, éste llevaba a cabo su actividad pastoral en Comodoro Rivadavia allá en el sur. Contaba que en una oportunidad que se encontraba ante un grupo de niños muy humildes trasmitiéndole un mensaje bíblico, previo a servirles el almuerzo, se le adelantó un pequeño de no más de 7 años de edad, él que le interrumpió manifestándole a viva vos “Che cura!!..¿Cuando comemos? En ese momento y a través de esa experiencia, dice éste sacerdote, que entendió que de nada sirve hablarles de religión, cultura, educación, a una persona con hambre y en especial si se trata de niños, la primera y más importante necesidad que tienen es acallar el hambre, luego el frío y todo lo que tiene que ver con sus presentes cargados de miseria. Ésta historia me hizo cambiar mi postura en lo que hace a las prioridades o el orden que se debe dar al momento de atacar la crisis, primero trabajar en rescatar a todos estos hermanos de la miseria para luego reintegrarlos a la sociedad a través de los distintos programas sociales, sí lo logramos habremos dado un paso gigantesco en la lucha contra la violencia y el delito ya que la pobreza con exclusión es una fuente creadora de múltiples problemas, solo basta observar de donde provienen la mayoría de los menores que son judicializados con delitos cargados de violencia para darnos cuenta hacia donde debemos mirar no únicamente pero si con mayor atención.- A continuación quiero destacar algunas afirmaciones sobre éste tema del destacado especialista en criminología, Dr. Elías Neumann, en una conferencia brindada en la Pcia. De Santa Fe. “Empecemos diciendo que la principal violencia que se sufre en nuestro país y otros países latinoamericanos, es el hambre. Hablamos de la inseguridad, pero omitimos hablar del hambre” remarcó, al tiempo que advirtió que “se nos ha hecho creer que existe una sinonimia absoluta entre delito callejero y urbano y violencia. Cada vez que se habla de violencia se omiten la violencia del hambre y el hecho concreto de otras violencias”.

En ese sentido, expresó que debemos pensar “que mirar esa violencia es mirar hacia abajo, pero no miramos hacia arriba para conocer de las violencias de la corrupción y el soborno, de los delitos económicos, de los fraudes administrativos, de esa violencia que ocurre entre las alfombras rojas, violencias que dejan a miles de personas sin trabajo, violencias que llevan al hambre…”

El criminólogo agregó que existen otras violencias que pertenecen a los delitos de polución de las tierras, atmósferas y aguas, la falsificación de medicamentos y alimentos, los delitos de instigación al odio racial, religioso y sexual, los delitos tecnotrónicos, cuyos autores “no llegan a la cárcel” lamentó.

Luego se preguntó si estas personas podrían ser readaptadas socialmente y más aún “los de abajo”. “Readaptar quiere decir que alguna vez estuvieron adaptados, adaptados a qué me pregunto, con un mundo que los arrojó a la delincuencia, al que deben volver cuando salgan de la cárcel” reflexionó.

“Y me pregunto –insistió- ¿socialmente?, sí, socialmente los de abajo, los delincuentes fracasados, los que pueblan las cárceles, los otros parece que fueran superhéroes del delito”.

Neumann comentó una anécdota acerca de un cartel que se lee en los reclusorios mexicanos, escrito por un viejo preso: “En este lugar maldito, donde reina la tristeza, no se condena al delito, se condena la pobreza”.

“De modo que tenemos que ubicarnos en esta nueva situación y saber de otra temática que también es nueva en la historia –alertó-: la presencia de los excluidos sociales”. El Dr. Neumann afirmó que los excluidos sociales están por debajo de la esclavitud. “En toda la historia, cuando hablamos de esclavos, hablamos de personas que tienen trabajo. El esclavo tiene proyecto: su libertad. El excluido social no tiene trabajo, no tiene proyecto, cada vez cree menos en la vuelta a esa dignidad que le daba el trabajo”.

“Con énfasis –añadió- debemos afirmar que cuando hablamos de excluidos sociales debemos pensarlos como seres humanos que todos los días despiertan y no saben si ese día van a comer. Tampoco tienen medios para llevar comida a sus casas. Y me pregunto y les pregunto: ¿se trata de seres libres?”.

A partir de ese interrogante aseguró que el deber del hombre de derecho “es tratar de advertir que cientos de miles de personas que son los instituyentes del Estado no conocen los derechos humanos”.

“Los derechos humanos deben ser el norte –alentó-, nos hablan del hombre por su sola virtualidad de ser. Sin embargo, para estas personas que menciono, los derechos humanos son metafísicos”.Neumann -de reconocida trayectoria académica en América Latina- explicó que la historia del derecho penal enseña que no es con penas severas como se pueden limitar los efectos de las realidades sociales. “Penas severas en un país como este que viene de una dictadura militar cruenta, es la pena de muerte: no está legislada y es extrajudicial”. Más adelante puso reparos sobre la creación de una doctrina de la seguridad publica para dar lugar a un estado penal, “autoritario de la democracia”, que busque reprimir “al delito y a los pobres”. Para Neumann, “ese es el meollo del control social actual”.

Un estado penal precisó, “sobre determinadas personas”, muchas de las cuales están desesperadas, proclives a la “delincuencia de la miserabilidad”. Neumann aclaró que pobreza y delincuencia no son sinónimos, pero dijo que “la desesperación conduce a los atajos del delito y las adicciones”.Finalmente, tras comentar una anécdota sobre un manual del Banco Mundial sobre Sida, que detallaba con precisión la conformación de los cócteles de drogas para los enfermos de HIV pero con los precios de cada uno debidamente aclarados, concluyó: “El sentido ético de la vida humana y la dignidad, principales derechos humanos, ha sido cambiado por un problema de costo-beneficio”.

Hay distintos profesionales y analistas que manifiestan que revertir la situación en lo que hace a la calidad de vida de los excluidos hoy socialmente va a demorar alrededor de 30 años. No obstante, teniendo estas cifras a la vista no es una provocación preguntarse si alguien cree, honestamente, que los pobres de hoy o, mejor, los hijos de los hijos de los pobres de hoy esperarán hasta el año 2040 para alcanzar un nivel de vida por encima de la pobreza extrema. ¿Todos o la mayoría se quedarán cruzados de brazos a que la economía crezca a los ritmos convenientes para salir de pobres? ¿O tratarán de hacerse justicia por su propia mano, como ya buena parte lo viene haciendo y ha ocurrido en otros momentos de la historia? Tengo la impresión de que a los estudios de los expertos -que apenas rozan las causas estructurales de la pobreza- los desborda la dimensión, así como la naturaleza del problema planteado: siempre se quedan cortos en las posibles soluciones o acaban ofreciéndonos una visión idílica del futuro, pues olvidan una circunstancia que nadie debería descuidar: la propia dinámica de la sociedad de la pobreza que tiende a convertirse en un sujeto políticamente activo, gracias entre otras causas a las repercusiones que tiene sobre ella la sociedad globalizada. La dificultad para entender esa dinámica tampoco es casual, si tomamos en cuenta que en las últimas décadas se han desterrado de la política los vestigios de toda ideología sustentada en una propuesta social positiva y/o efectiva. Sin embargo, hay una grave equivocación en los discursos autocomplacientes que dan por muertos los impulsos de redención de las masas pauperizadas. La historia está llena de previsiones erróneas, de creencias amables y confusiones atroces que se tejen para producir resultados que nadie quería.

Se olvida que el igualitarismo de los pobres visto como un riesgo para el resto de la sociedad aparece como una utopía natural allí donde la desigualdad moderna está acompañada de la polarización más amplia y ofensiva que pueda imaginarse. Contra los horrores cometidos en nombre de la igualdad social no son suficientes los exorcismos ideológicos, por cuanto subsisten agravadas y reelaboradas -si cabe la palabra- en el presente las causas más generales que lo hicieron posible en el pasado y pueden volverlo deseable hoy a los ojos de millones de parias sociales.

El estrepitoso fracaso de los distintos gobiernos al momento de tratar de superar el crecimiento constante de la pobreza en el siglo pasado nos deja el desafío para este nuevo milenio de lograr que la equidad entre los hombres sea el fruto final del desarrollo social en libertad.

El discurso catastrofista que sólo ve en la pobreza violencia potencial, como si este binomio estuviera atado a una relación directa de causa-efecto, seguramente carece de un piso firme, pero en una época de grandes cambios en todos los órdenes de la vida humana, cuando nada -ni las ideas ni los bienes materiales- quedan en pie por mucho tiempo y las sociedades son sometidas a fuerzas centrífugas imprevisibles, la permanencia o, mejor dicho, la reproducción de la pobreza, que en el pasado pudo ser la condición de estabilidad pasiva, es el más poderoso elemento de inseguridad e incertidumbre capaz de minar las bases de la convivencia democrática. Y esa es, justamente, la fuente más segura de la violencia política cualesquiera que sean sus fines declarados.

Más de uno pensará, sin embargo, que el futuro más deseable es el que hoy prefigura el dualismo, pero llevado hasta el infinito, procurando, si acaso, cierta humanización de la pobreza, que seguirá siendo una variable más de la economía que la sociedad debe aprender a controlar para convivir con ella. Pero esa ilusión pesimista, tan vieja como la civilización, se sustenta en la antigua creencia de que las raíces de la desigualdad son, finalmente, sagradas e inmutables.

No es posible ignorar que en nuestras individualistas sociedades modernas, el individuo pobre se considera un "perdedor", carente de todo futuro o dignidad, aunque en la tradición católica la pobreza inspire respeto, veneración, como sustento de la caridad. Bien ha dicho Groethuysen que la limosna es el impuesto espiritual que los ricos deben pagar para entrar al cielo, sin cambiar el orden divino de las cosas, es decir, sin dejar de ser cada uno lo que es. Pero, ¿cuál es el lugar del individuo pobre en una sociedad moderna que decreta la igualdad de los ciudadanos ante la ley?

Un compromiso semejante ya no cabe en el mundo secularizado de hoy, que admite positivamente la imposibilidad absoluta de erigir una sociedad próspera y democrática mientras persistan la pobreza y la miseria de millones de seres humanos, por más que algunos expertos la consideren como el mal necesario que acompaña fatalmente el quehacer humano sin más remedio que los paliativos, dejando que el tiempo y el mercado hagan su trabajo nivelador, como dicen que ocurrió en la historia con las sociedades más avanzadas.

Pero eso no es viable en una sociedad democrática moderna. La pobreza se convierte en algo puramente negativo que trasciende a la ética y la religiosidad, pues representa un cuestionamiento constante sobre la viabilidad de la nación que, por serlo, requiere de respuestas de la sociedad en su conjunto: no sólo del Estado o de los grupos civiles, o de las organizaciones comunitarias de los pobres sino de todos los ciudadanos sin excepción.

Es la hora de ponernos en marcha, de practicar “el entre todos, esto es posible a través de la creación de las Comunidades Preventivas por que la situación de miseria en la que viven grupos enteros de argentinos es, o más bien debiera ser, un asunto de interés nacional al que nadie puede evadir conscientemente. Pero hoy no es así, por desgracia. Hemos llegado a un punto en el cual requerimos responder otra vez a la pregunta inicial de si es posible o no erradicar la pobreza, sin comprometer la libertad o la riqueza que ya está creada, como temen algunos.

Si los recursos disponibles son escasos, y su uso tiene límites insorteables marcados objetivamente por distintas restricciones, el tratamiento técnico que es indispensable bajo cualquier hipótesis metodológica debiera estar precedido racionalmente por una cuestión previa: ¿qué clase de esfuerzo está dispuesta a realizar para disminuir la pobreza o, dicho de otra manera, a qué sacrificios debe someterse la sociedad y qué pacto, acuerdo o compromiso nacional es necesario a fin de superar las contingencias de la cotidianidad política en este grave asunto?

En tanto sabemos la respuesta, una cosa es segura: no tendremos éxito en este y otros capítulos del desarrollo mientras no se considere la conveniencia de aplicar severas medidas que, efectivamente, redistribuyan el ingreso y sirvan para darle empleo productivo a varios millones de pobres marginales.

Lamentablemente estas preguntas que podrían ser el fundamento de una estrategia de recomposición nacional, merecen pocos espacios en el juego político que ha terminado por neutralizar, por inocuas, las alusiones rituales a la pobreza.

Estoy convencido que a través del programa Comunidades Preventivas, con ingenio, creatividad y voluntad política, se podrán encontrar soluciones no convencionales para comenzar a revertir la situación. Lo otro es esperar que, mas temprano que tarde, aparezca algún Marcola por estas tierras. Marcola, para quien no lo recuerde, es el seudónimo de Marcos Camacho, el jefe de la banda carcelaria del Primer Comando de la Capital (PCC) de San Pablo, Brasil, cuyos seguidores en mayo de 2006 se lanzaron a las calles, enfrentando a la policía y el ejército, con el saldo de casi un centenar de muertos. Por varios días el PCC transformó a la ciudad Brasileña en un campo de batalla.

Marcola dijo en un reportaje publicado por el diario O Globo: “No hay mas proletarios, o infelices, o explotados. Hay una tercera cosa creciendo allí afuera, cultivada en el barro, educándose en el más absoluto analfabetismo, diplomándose en las cárceles, como un monstruo “Alíen” escondido en los rincones de la ciudad.-

El Papa invita a combatir la pobreza inmoral a través de la pobreza evangélica. Distingue entre la pobreza “elegida por Dios” y la pobreza “que Dios no quiere”

El jueves 1 de enero de 2009 .- El Papa exhortó al mundo a combatir la pobreza “que ofende a la dignidad del hombre” a través de la sobriedad y la solidaridad, fruto de la pobreza evangélica que Jesús eligió al hacerse hombre, hoy durante la Misa la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios y Jornada Mundial de la Paz.

El Papa dedicó su intervención, en presencia del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, como es tradición en esta Jornada, a recordar su Mensaje con motivo de la Jornada Mundial de la Paz de este año, “Combatir la pobreza, construir la paz”.

En la homilía, explicó que existe una distinción entre una pobreza evangélica y una pobreza “que Dios no quiere”, e invitó a todos a combatir la segunda a través de la primera: “ Por una parte, la pobreza elegida y propuesta por Jesús, por otra la pobreza que hay que combatir para hacer al mundo más justo y solidario”.

Respecto a la primera, el Papa explicó que Jesús al hacerse hombre quiso ser también pobre: “El nacimiento de Jesús en Belén nos revela que Dios eligió la pobreza para sí mismo en su venida en medio de nosotros. El amor por nosotros ha empujado a Jesús no sólo a hacerse hombre, sino a hacerse pobre”, añadió.

Sin embargo, existe “una pobreza, una indigencia, que Dios no quiere y que hay que combatir”, afirmó; “una pobreza que impide a las personas y a las familias vivir según su dignidad; una pobreza que ofende a la justicia y a la igualdad y que, como tal, amenaza la convivencia pacífica”.

Esta pobreza, centro del mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de este año, no sólo es material, dijo, sino que “entran también las formas de pobreza no material que se encuentran incluso en las sociedades ricas o desarrolladas: marginación, miseria relacional, moral y espiritual”.

Esta pobreza a gran escala, que se refleja en “plagas difundidas como las enfermedades pandémicas, la pobreza de los niños y la crisis alimentaria”, y que el Papa relacionó con el fenómeno de la globalización, requiere que las naciones “mantengan alto el nivel de la solidaridad”.

Particularmente el Papa denunció la carrera armamentística que se está llevando a cabo en los últimos años, que definió como “inaceptable” y “contraria a los Derechos Humanos”.

Ante esta situación, afirma que la actual crisis económica supone “un banco de pruebas: ¿Estamos preparados para leerla, en su complejidad, como desafío para el futuro y no sólo como una emergencia a la que dar respuestas a corto plazo? ¿Estamos dispuestos a hacer juntos una revisión profunda del modelo de desarrollo dominante, para corregirlo de forma concertada y a largo plazo?”

“Lo exigen, en realidad, más aún que las dificultades financieras inmediatas, el estado de salud ecológica del planeta y, sobre todo, la crisis cultural y moral, cuyos síntomas son evidentes desde hace tiempo en todo el mundo”, añadió.

El Papa invitó a establecer un “círculo virtuoso” entre la pobreza “que elegir” y la pobreza “que combatir”: “para combatir la pobreza inicua, que oprime a tantos hombres y mujeres y amenaza la paz de todos, es necesario redescubrir la sobriedad y la solidaridad, como valores evangélicos y al mismo tiempo universales”, explicó.

“No se puede combatir eficazmente la miseria, si no se intenta 'hacer igualdad', reduciendo el desnivel entre quien derrocha lo superfluo y quien no tiene siquiera lo necesario”, afirmó.

Esta pobreza evangélica, que como voto está reservado sólo a algunos, recuerda a todos “la exigencia de no apegarse a los bienes materiales y el primado de las riquezas del espíritu”, explicó el pontífice.

“La pobreza del nacimiento de Cristo en Belén, además de objeto de adoración para los cristianos, es también escuela de vida para cada hombre. Ésta nos enseña que para combatir la miseria, tanto material como espiritual, el camino que recorrer es el de la solidaridad, que ha empujado a Jesús a compartir nuestra condición humana”, concluyó.

Por último, el Papa explicó que el mundo nuevo traído por Cristo consiste en “una revolución pacífica”, “no ideológica, sino espiritual, no utópica sino real, y por esto necesitada de infinita paciencia, de tiempos quizás larguísimos, evitando toda ruptura y recorriendo el camino más difícil: la vía de la maduración de la responsabilidad en las conciencias”.

“Esta es la vía evangélica a la paz, el camino que también el Obispo de Roma está llamado a recorrer con constancia cada vez que prepara el anual Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz”, añadió.

NO SE SI PODREMOS CAMBIAR EL DESTINO DE MILLONES DE ARGENTINOS QUE VIVEN MARGINADOS, EXCLUIDOS DE TODOS LOS SISTEMAS, LO QUE SI SÉ ES QUE NO DEBEMOS DEJAR DE INTENTARLO Y QUE EN EL PROGRAMA COMUNIDADES PREVENTIVAS, PODEMOS ENCONTRAR LAS FORMAS DE CÓMO HACERLO.-

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